La industria de los videojuegos atraviesa un cambio estructural profundo que está afectando directamente a los precios de las consolas. Por décadas, los jugadores estaban acostumbrados a que, tras el lanzamiento de una nueva consola, bastaba con esperar un par de años para comprar una versión más ligera, más eficiente… y más barata. Sin embargo, esa lógica de mercado ya no se sostiene. Las consolas no están bajando de precio como antes, y la razón fundamental se encuentra en una transformación silenciosa pero poderosa: los chips ya no mejoran al ritmo al que solían hacerlo.
De las reducciones de precio a los aumentos inesperados
Durante años, las consolas seguían una fórmula bastante predecible. Inicialmente salían al mercado con un precio elevado, pero luego, gracias a los avances tecnológicos en la fabricación de chips, era posible optimizar los componentes internos para que fueran más pequeños, más eficientes y más baratos de producir. Esto permitía lanzar versiones “Slim” o rediseñadas que mantenían el rendimiento pero bajaban considerablemente el precio.
La historia del PlayStation 2 lo ilustra claramente. Lanzado en el año 2000 a un precio de 299 dólares, la versión Slim de 2004, gracias a una combinación de ingeniería inteligente y mejoras tecnológicas en los chips, logró reducir no solo el tamaño del dispositivo, sino también su precio. En 2006, el precio ya había caído a 129 dólares, y en 2009 se vendía por tan solo 99. El mismo patrón se repitió con Xbox 360 y otras consolas de la época.
En cambio, las consolas de hoy han roto esa tradición. La Nintendo Switch 2, por ejemplo, saldrá con un precio de 449 dólares, lo que supone 150 dólares más que la versión original. La idea de una reducción de precio en el futuro cercano parece poco probable. En lugar de eso, hemos visto incrementos: 50 dólares más para la Switch OLED en 2021, un aumento similar para la versión sin lector de discos de la PlayStation 5 en 2023, y entre 80 y 100 dólares más para las versiones básicas del Xbox Series S y X.
La ralentización del progreso: el papel de los chips
Uno de los factores clave detrás de esta transformación en los precios es el estancamiento en la evolución de los semiconductores. Durante décadas, la llamada Ley de Moore establecía que el número de transistores en un chip se duplicaría aproximadamente cada dos años, lo que se traducía en mejoras constantes de rendimiento y eficiencia energética. Esa ley, formulada en 1965 por Gordon Moore, cofundador de Intel, fue el pilar sobre el que se levantó buena parte de la evolución tecnológica del siglo XX.
Sin embargo, en la actualidad, ese ritmo de mejora se ha desacelerado significativamente. Fabricar chips más pequeños, eficientes y potentes es cada vez más costoso y requiere más tiempo. Empresas como TSMC, Intel y Samsung siguen innovando, pero los límites físicos y financieros están comenzando a notarse. Ya no es tan sencillo reducir el tamaño del silicio sin enfrentarse a obstáculos técnicos considerables.
El resultado es que las consolas actuales ya no pueden beneficiarse de las mismas reducciones de coste que permitían a los fabricantes bajar los precios o lanzar rediseños más baratos. Las consolas modernas, como la PS5 o la Xbox Series X, mantienen en gran medida sus componentes originales, sin aprovechar procesos de fabricación más avanzados o miniaturizados de forma significativa.
Consolas estáticas en una industria en movimiento
A diferencia de los PCs, donde se puede actualizar la tarjeta gráfica o el procesador para obtener mejores resultados, las consolas están diseñadas para ser plataformas fijas durante toda una generación. Esto implica que cualquier mejora en eficiencia o reducción de tamaño debe tener un impacto directo en los costes, no en el rendimiento. Es decir, los fabricantes solo invierten en rediseños si estos permiten ahorrar en materiales o en producción.
La historia demuestra que los beneficios de reducir el tamaño de los chips iban mucho más allá de la estética. Menores tamaños significaban menos consumo de energía, menor necesidad de refrigeración, fuentes de alimentación más pequeñas, placas base menos complejas y carcasas más compactas. Todo esto se traducía en menores costos de fabricación que permitían trasladar los ahorros al consumidor.
Hoy en día, sin esas reducciones sustanciales en el tamaño de los chips, muchos de esos beneficios ya no se están produciendo. Por eso, las versiones “Slim” modernas no son tan pequeñas ni tan baratas como lo eran antes.
Entre la eficiencia energética y la física cuántica
Además del impacto en los costes, el estancamiento en la mejora de los chips tiene implicaciones energéticas. Reducir el tamaño de los transistores en un chip no solo permite incluir más transistores, sino también reducir el consumo de energía. Esa eficiencia energética ha sido clave para mantener el rendimiento mientras se controla la generación de calor.
Sin embargo, los avances actuales están chocando con las leyes fundamentales de la física. Llegar a transistores de tamaño subatómico implica enfrentarse a fenómenos cuánticos que dificultan el diseño de procesadores estables y predecibles. Aunque la computación cuántica y otras tecnologías emergentes podrían ofrecer una solución, todavía están lejos de poder sustituir a la microelectrónica tradicional en consolas de consumo masivo.
La esperanza de los rediseños se desvanece
Un análisis de las últimas generaciones de consolas muestra cómo el ritmo de rediseños se ha ralentizado. La Xbox 360 pasó de 90 nm a 45 nm en solo cinco años, un cambio que permitió integrar CPU y GPU en un solo chip, reducir el consumo energético de 203 W a 133 W, y lanzar versiones más silenciosas y fiables, solucionando incluso el famoso “anillo rojo de la muerte”.
Por contraste, la PlayStation 5 y la Xbox Series X han visto solo pequeños ajustes internos desde su lanzamiento. Las mejoras son marginales y no han implicado reducciones sustanciales en tamaño ni precio. Las consolas actuales siguen siendo voluminosas, costosas de producir y caras para el consumidor.
Nintendo, históricamente conocida por sus rediseños innovadores (como la Nintendo DS Lite o la New 3DS), tampoco ha logrado mantener ese ritmo. La Switch original experimentó una reducción del proceso de fabricación de 20 nm a 16 nm, lo que mejoró la batería y facilitó el lanzamiento de la Switch Lite, pero sin traducirse en un recorte significativo de precios.
¿Qué factores económicos agravan la situación?
El encarecimiento de las consolas no se explica solo por los avances tecnológicos más lentos. La inflación global, las secuelas económicas de la pandemia, y las políticas comerciales inestables también han contribuido. Los fabricantes ya no están tan dispuestos a vender hardware con pérdidas, confiando en que los ingresos por juegos compensen el margen perdido, como sucedía antes.
A esto se suma la presión de los accionistas, que demandan rentabilidad inmediata. En lugar de asumir pérdidas iniciales en el hardware, muchas compañías priorizan el retorno financiero desde el primer día. Esto ha hecho que las consolas lleguen al mercado con precios más altos, sin garantías de futuras reducciones.
Mirando hacia el futuro
Aunque el panorama actual no es optimista, no está completamente cerrado. Si los acuerdos comerciales se estabilizan y los procesos de fabricación más avanzados logran economías de escala, podríamos ver una ligera reducción en los costes de producción, lo cual abriría la puerta a modelos más accesibles.
Sin embargo, los consumidores deben ajustar sus expectativas. El ciclo clásico de “esperar para pagar menos” ya no es seguro. La inversión en una consola probablemente se mantenga alta durante toda su vida útil, y los modelos rediseñados podrían no ofrecer grandes diferencias de precio.
Para quienes aún esperan una reducción significativa del precio de la PS5, Xbox Series X o la futura Switch 2, la realidad es que probablemente esa rebaja no llegará. Al menos, no como solía hacerlo.