En los últimos años, un cambio silencioso pero alarmante ha comenzado a manifestarse entre las madres de Estados Unidos. Se trata de una disminución sostenida y significativa de su bienestar mental, que está dejando huella en la estructura familiar, el desarrollo infantil y la salud pública del país. Las cifras reveladas por un extenso análisis nacional demuestran que solo una cuarta parte de las madres estadounidenses percibe actualmente su salud física y mental como “excelente”. Este descenso no es una simple estadística más: es un reflejo claro de un sistema social en desequilibrio que merece atención inmediata.
Desde 2016 hasta 2023, el bienestar de las madres con hijos menores de 17 años ha sufrido transformaciones notables. En una escala de evaluación de cuatro niveles —excelente, muy buena, buena y regular/mala—, las madres que calificaban su salud mental como “excelente” pasaron de representar el 38.4% al 25.8%. Mientras tanto, las que se ubicaban en la categoría “buena” aumentaron del 18.8% al 26.1%, y las que dijeron tener una salud mental “regular/mala” crecieron del 5.5% al 8.5%. Estos porcentajes no solo indican un deterioro progresivo, sino también una normalización preocupante de estados de ansiedad, depresión y estrés crónico entre quienes ejercen el rol de madres en una de las naciones más desarrolladas del mundo.
Desgaste silencioso: lo que revelan las madres
Para muchas madres, el día a día se ha convertido en un reto psicológico. La sobrecarga de responsabilidades, la presión constante por cumplir múltiples roles y las crecientes dificultades económicas son solo algunas de las variables que inciden directamente en su estado emocional. A esto se suma la falta de una red de apoyo sólida y la limitada accesibilidad a servicios de salud mental que, aunque existen, muchas veces no son asequibles ni culturalmente adecuados para todas las poblaciones.
Uno de los datos más preocupantes del estudio indica que esta caída en la salud mental afecta a todos los subgrupos socioeconómicos, pero es más severa en ciertos segmentos de la población. Las madres solteras, aquellas con niveles bajos de educación y quienes tienen hijos cubiertos por seguros públicos de salud presentan los indicadores más negativos tanto en salud física como en mental.
Este panorama plantea una pregunta de fondo: ¿quién cuida a quienes cuidan?
Desigualdad persistente entre madres y padres
Aunque también se observó un deterioro en la salud mental y física de los padres, las cifras continúan favoreciendo al género masculino. En 2023, la proporción de madres con salud mental considerada “regular o mala” fue cuatro puntos porcentuales mayor que la de los padres. Este dato es revelador. Si bien ambos géneros enfrentan tensiones asociadas a la crianza, las mujeres —principalmente las madres— siguen cargando con la mayor parte del trabajo no remunerado, la gestión emocional del hogar y la presión social de desempeñar múltiples funciones con perfección.
Además, las madres suelen experimentar una doble vulnerabilidad: son sujetas al escrutinio constante sobre su desempeño como progenitoras y, al mismo tiempo, enfrentan dificultades estructurales como brechas salariales, jornadas laborales inflexibles y menor acceso a cuidados infantiles asequibles.
Salud física: un segundo plano que también preocupa
El estudio también documenta un descenso, aunque menor, en la percepción de salud física. Las madres que se consideraban en “excelente” estado físico bajaron del 28.0% al 23.9%, mientras que aquellas que calificaron su salud como “buena” aumentaron ligeramente. Por su parte, la proporción que indicó estar en condiciones “regulares o malas” se mantuvo estable. A pesar de no ser un cambio drástico, este dato no debe pasarse por alto, ya que muchas veces el deterioro físico va de la mano del mental y viceversa.
La salud física de las madres es un componente esencial para garantizar no solo su bienestar, sino también el de sus hijos y la sostenibilidad de las dinámicas familiares. Una madre que no se siente fuerte o sana tendrá más dificultades para sobrellevar las exigencias del día a día, lo que puede desencadenar un círculo vicioso de desgaste emocional y físico.
Más allá de los datos: el costo social del descuido maternal
No se trata únicamente de cifras ni de un asunto privado. El deterioro de la salud mental y física de las madres estadounidenses tiene un costo social elevado. La estabilidad emocional y física de una madre tiene efectos directos en el desarrollo cognitivo, emocional y conductual de sus hijos. Niños criados por madres con altos niveles de estrés o depresión tienen más probabilidades de enfrentar desafíos académicos, sociales y de salud en su propia vida.
Este fenómeno también impacta el entorno laboral. Madres que no gozan de buena salud mental tienden a ausentarse más del trabajo, a reducir sus horas laborales o incluso a abandonar la fuerza laboral completamente. Esto, a su vez, reduce el ingreso familiar y limita la movilidad económica.
A nivel macro, una población materna con salud deteriorada pone presión sobre los sistemas de salud pública, incrementa la demanda de servicios de salud mental y afecta la productividad nacional.
Posibles detonantes de esta tendencia preocupante
Existen múltiples factores que podrían explicar esta decadencia progresiva. Entre los más destacados se encuentran:
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Acceso limitado a servicios de salud mental: Muchas madres no cuentan con seguro médico adecuado o enfrentan largas listas de espera para recibir atención especializada.
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Aislamiento social: Las estructuras familiares modernas, más nucleares y urbanas, dificultan el acceso a redes de apoyo que eran comunes en generaciones anteriores.
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Aumento del consumo de sustancias: Algunas madres recurren al alcohol u otras drogas como mecanismo de escape ante la presión.
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Factores estructurales: La inflación, la inseguridad alimentaria, el racismo sistémico y la violencia armada crean un entorno hostil y estresante que afecta a todas las capas de la sociedad, especialmente a las más vulnerables.
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Cambio climático: Las crisis ambientales generan incertidumbre y ansiedad, especialmente en madres que temen por el futuro de sus hijos.
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Presión social y cultural: La expectativa de ser una “súper madre”, exitosa, presente, saludable y feliz, constantemente alimentada por redes sociales y medios, genera una carga emocional difícil de manejar.
Un llamado a revalorizar el rol materno
La tarea de criar hijos no puede seguir considerándose un asunto individual ni privado. La maternidad es una labor de alto impacto social, y como tal, requiere apoyo estructural, económico y emocional. Es fundamental establecer políticas públicas que prioricen la salud de las madres, tales como:
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Ampliación de licencias parentales remuneradas.
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Servicios de salud mental accesibles y específicos para madres.
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Guarderías y jardines infantiles a bajo costo.
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Flexibilidad laboral para padres y madres.
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Programas comunitarios de apoyo y acompañamiento emocional.
También es urgente fomentar una cultura de corresponsabilidad en la crianza, donde los padres, familias extendidas, empresas y gobiernos participen activamente en el bienestar de quienes crían a las próximas generaciones.
¿Qué podemos hacer como sociedad?
El cambio comienza por reconocer que las madres no pueden seguir siendo las grandes olvidadas de la política sanitaria y social. A pesar de que muchas campañas se enfocan en la infancia, pocas abordan las necesidades emocionales y físicas de quienes cuidan a esos niños.
Desde los espacios familiares hasta las más altas esferas de decisión política, es hora de priorizar el bienestar materno. Esto no solo es justo, sino también inteligente desde una perspectiva económica y de salud pública.
Cada madre que recibe atención, apoyo y cuidado adecuado es una inversión directa en el futuro del país.